Extremeños ilustres

Justamente en el año en que Francisco Pizarro empezaba la conquista de Perú, en Fregenal de la Sierra, Badajoz, nacía Cipriano de Valera. Ya adulto, tras estudiar en Sevilla, ingresó en el Monasterio San Isidro del Campo y allí tuvo contacto con Rodrigo de Valer, vigoroso predicador de la Escritura; luego tuvo que huir de las amenazas inquisitoriales e igual que muchos otros españoles llegó a Ginebra.

Acto seguido empezó a desempeñar la docencia en Cambridge y fue Maestro de Artes en la Universidad de Oxford, llegando incluso a prestar asistencia espiritual a los prisioneros capturados en la batalla contra la Armada Invencible. Era muy aferrado a la doctrina bíblica cristiana de que Jesucristo es el único mediador entre Dios y la humanidad.

Casiodoro de Reina tradujo la Biblia al español, lo que fue, sin lugar a dudas, la mejor traducción castellana de las Escrituras, y Cipriano de Valera la revisó. Fue una labor llevada a cabo por dos extremeños ilustres; por eso la versión se llama Reina-Valera.

El revisor extremeño llevó veinte años para concluir su empresa y en 1602 la traducción de Casiodoro de Reina estaba revisada. Concordaban Reina y Valera en que la Palabra de Dios debería estar accesible al pueblo español en su propia lengua y que todo cristiano debería disfrutar del privilegio de leerla, entenderla y difundirla.

Algunos insignes españoles estuvieron familiarizados con la versión Reina-Valera, como Miguel de Unamuno, Carmen Conde, Concha Alós y Manuel Pérez Reviriego, sin mencionar los miles y miles de anónimos que se deleitaron con su lectura en algún momento de sus vidas, algo que aún sigue ocurriendo hoy.

Lamentablemente la versión Reina-Valera, que fue traducida y revisada por estos dos extremeños ilustres como fruto de su devoción a Dios, a su nación y a su lengua, paradójicamente tuvo que deambular en el ostracismo e ilegalidad mientras era buscada a toda costa, vista como objeto de peligro y perdición religiosa según la vigilancia de la religiosidad hispana.

Vivimos una época conturbada: el cinismo de la posmodernidad y la falacia del marxismo cultural nos dicen que ya no hay más valores absolutos y que los pilares que sustentaron la civilización occidental en realidad eran discursos opresores utilizados adrede por los poderosos para mantener el pueblo inculto apaciguado; la desilusión con los representantes legítimamente elegidos por el pueblo va en aumento a causa de tantos escándalos; la juventud sin esperanza y sin objetivo se profundiza en el sexo fácil y en las drogas (licitas e ilícitas); es decir, ni el presente ni el futuro están para tirar cohetes, pues justamente en un tiempo tan inquietante nos hace falta buscar algo concreto a que aferrarnos, no como un fuga de la realidad ni como un narcótico que nos mantenga en un permanente estado de sopor.

Quizá sea tiempo de, con un esfuerzo, olvidar prejuicios y calumnias históricas y volver a buscar el sentido de la vida y la sabiduría en las páginas de la Sagrada Escritura. Seguro que Cipriano de Valera así querría y lo dejó claro cuando revisó en Londres, en 1596, el Nuevo Testamento de Reina: “Cristiano lector, aprovechaos de este mi trabajo y rogad a Dios, juntamente conmigo, que haga misericordia a nuestros españoles que no solamente lean la Sagrada Escritura, sino que, creyéndola, vivan conforme a ella. Y sean salvos por medio de Aquel que es nuestro único y solo Salvador. Al cual, con el Padre y con el Espíritu Santo, sea honra y gloria para siempre jamás. Amén”.

Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, estos dos extremeños ilustres, no conquistaron naciones o imperios, pero pusieron sus talentos al servicio de Dios y así llevaron el nombre de Extremadura a todo el mundo durante todas las generaciones.


Janio Aparecido Ciritelli, pastor de la iglesia en Barcelona

 

* Las opiniones de los autores son a título personal y no representan necesariamente la posición de la Iglesia Evangélica Presbiteriana de España.